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GUSTAVO ROLDÁN

GUSTAVO ROLDÁN

Autobiografía:
"Aspiro a escribir textos donde la cantidad de años que tenga el lector no sea más que un accidente como el verano o la lluvia o el frío."

Me crié en el monte chaqueño, en Fortín Lavalle, cerca del Bermejo, cuando la tierra era plana, la luna se posaba en las copas de los árboles y los cuentos sólo existían alrededor del fogón del asado o en las ruedas del mate.

Después se inventaron los libros. O tal vez antes, pero yo no lo sabía. Solamente sabía muchos cuentos, de ésos que después me enteré que se llamaban populares, que iban pasando de boca en boca y de oreja en oreja. Cuentos del zorro, del tigre, del quirquincho, de Pedro Urdemales, de pícaros y mentirosos, del lobizón y de la luz mala. Claro que esos cuentos nunca eran del todo cuentos, habían sucedido por ahí nomás, en medio del monte, y eran cosas que nadie ponía en duda. Yo tampoco.

Cuando menos lo esperaba me llegó la hora de ir a la escuela y nos fuimos al pueblo. En los pueblos el tiempo pasa lleno de ocupaciones importantes: se está rodeado de amigos para jugar a las bolitas, remontar barriletes, hacer bailar trompos, jugar a la pelota, andar en bicicleta. Todo eso mientras se van secando las bolitas de barro para la honda. ¿Para la honda? Sí, para la honda. Después el mundo se va agrandando cuando uno conoce los parques de diversiones, el cine y el circo, cosas que el monte suele no tener. Y un día uno pasa por la librería Molina, en Sáenz Peña, y encuentra que hay estantes infinitos llenos de libros, no de ésos de aprender a leer, sino de cuentos y más cuentos y más cuentos.

Y si don Molina lo deja a uno hurgar los estantes, sacar y poner, leer solapas y contratapas, ojear y hojear, sentado en el suelo tras el mostrador, uno comienza a descubrir que por ahí está escondido un mundo más grande y más lleno de maravillas de lo que nadie podía imaginar. No era todo tan fácil, había cada cosa aburrida que ni te cuento. Pero con un poco de suerte y bastante de paciencia aparecían aventuras increíbles, selvas llenas de animales salvajes y mares llenos de piratas, de los buenos y de los malos, con los que navegué corriendo mil peligros. Por suerte con Simbad o con Sandokán siempre logramos salvarnos y triunfar. Nosotros estábamos del lado de los buenos. Gracias, don Molina.

Mi relación con la literatura es continua y amigable. Sobre todo la de lector. Con la escritura a veces nos peleamos, pero eso también forma parte de las buenas relaciones. Aspiro a escribir textos donde la cantidad de años que tenga el lector no sea más que un accidente como el verano o la lluvia o el frío, como eran esos cuentos que relataban los domadores alrededor del fogón, cuando el fuego siempre estaba unido a la palabra.

Creo que los chicos entienden todo y quieren saber de todo. Desconfiar de su capacidad es desconfiar de la inteligencia, de la sensibilidad del otro. Y desconfiar de la capacidad de la palabra es, en última instancia, desconfiar de nosotros mismos. Podemos desconfiar de nosotros mismos pero, si jugamos en serio, las palabras siempre van a alcanzar. Sobre todo lo que hay detrás de las palabras.

Una repetida frase dice que antes los chicos eran grandes lectores. Hoy no. Y la culpa la tiene la televisión. Ojalá fuera así. Habría soluciones mucho más a mano. En este mundo de mercado y capitalismo salvaje que busca destruir las más elementales formas de la solidaridad, que pone los modelos más perversos de mezquindad como formas naturales de la convivencia, la televisión no es sino una herramienta apta para implantar su ideología. Creo que no debemos enojarnos con las herramientas.

¿Que si el libro va a desaparecer? Obviamente no. Esa idea es un invento de los mismos que sostienen la muerte de las ideologías.

Entre idas y vueltas, siempre vuelvo a Huckleberry Finn, Sandokán, todo Jack London, las 1001 noches, La isla del tesoro. Porque esos libros me ayudaron a crecer, a imaginar, a pelear contra los perversos y contra el miedo, a defender la dignidad, a resistir, a volar. Porque me dijeron, antes de que aprendiera nada de política, que era posible cambiar el mundo. Cualquiera que aprenda a volar puede resistir.

Creo que la literatura para chicos es literatura. O debería ser. Los chicos tienen que leer cualquier cosa que se les cruce en el camino, y decidir por su cuenta si les interesa o no, y cambiar o pedir más. Cada uno, solo, y a pesar de las ayudas, irá encontrando el camino de su crecimiento, porque esto también es un problema de soledad. Llevarlos siempre de la mano puede ser demorar etapas o saltearlas de manera arbitraria. Acompañarlos, sí, pero dejando abiertas las puertas para experiencias personales, dejándolas abiertas para ir a jugar.

Gustavo Roldán

Texto extraído de la página de la Revista Imaginaria (http://www.educared.org.ar/imaginaria/02/3/roldan1.htm)

 

EL HOMBRE QUE VOLVIO A INVENTAR LA CARTA

EL HOMBRE QUE VOLVIO A INVENTAR LA CARTA

LA NACION - Lunes 2 de Octubre de 2000

 El hombre que volvió a inventar la carta

  • Se llama Ray Tomlinson y los historiadores ya lo ponen a la altura de Marconi y Bell
  • Creó el e-mail
  • Pero no tenía ninguna intención de llegar tan lejos

Como ya vimos hace algunas en-tregas (en la No 179, para ser precisos), el correo electrónico fue creado en 1971 por Ray Tomlinson, ingeniero de la compañía Bolt, Beranek & Newman, la consultora que había ganado una de las licitaciones para producir los primeros Interface Messaging Processor ; los IMP eran la base de la incipiente Arpanet.

Lo que no dijimos, y éste es el momento de hacerlo, es que el e-mail es también un gigantesco malentendido. Tomlinson partió de dos programas que ya existían (el sendmsg y el cpynet) para dar origen a un simple sistema de mensajería basado en texto para los ingenieros que trabajaban con él. En 1972 lo modificaría para que funcionara sobre Arpanet, la que pronto se convertiría en Internet.

Pero el mismo Tomlinson reco-nocería luego que lo había hecho no sólo por necesidad personal, sino que además había tenido que ocultar un poco este pequeño proyecto, ya que se suponía que debía estar haciendo otras cosas en sus horas de trabajo. La cuestión es que este pequeño proyecto iba a convertirse al año siguiente en la aplicación más popular de la Red, ocupando el 75% del tráfico de datos. Hoy en día, junto con la Web, sigue siendo la columna vertebral de Internet. El e-mail, con el telégrafo y el teléfono, constituye uno de los hitos en la historia de la tecnología de comunicación humana.

Pero Tomlinson no la diseñó pa-ra eso; no tenía idea de que en apenas unos años gran parte del mundo civilizado iba a estar funcionando sobre su invento.

Por eso tampoco se le ocurrió implantar sistemas anti-spam (publicidad no solicitada) y cosas por el estilo. No es la primera vez que acontece algo así en la historia de la tecnología, pero el invento de Tomlinson es un caso extremo: tal era el grado de novedad de Arpanet que prácticamente todo estaba por hacerse. El e-mail fue, entre otras cosas, la primera aplicación para la Red con un fin concreto (y no, por ejemplo, para probar el envío de paquetes).

Lo simple es bello

Era todo tan nuevo que no sabíamos qué hacer con la Red. Tomlinson necesitaba intercambiar breves mensajes de texto con sus colegas. Así que, simplemente, inventó el e-mail. Como todo el mundo necesitaba algo así (hoy esto está muy claro), la primera aplicación tardó sólo unos meses en convertirse en vital. Hoy es vital para la economía del mundo industrializado, como lo demostró el virus LoveLetter .

La ausencia de todas esas características que uno estaría dispuesto a añadirle al e-mail (empezando por el mismo Tomlinson) son lo que lo han hecho tan popular. Llegó tan lejos porque es simple, poco exigente en ambos extremos (servidor y cliente) y extremadamente rápido. En condiciones normales, un e-mail tarda algo así como 60 segundos en llegar a las antípodas.

Al ver los proyectos de software actuales, en los que trabajan centenares de programadores y cuyo desarrollo y depuración lleva años, uno no puede menos que sonreír ante la clarividencia y genial ingenuidad de Tomlinson. Si no hubiera sido por su pequeño proyecto no autorizado, todavía estaríamos esperando el e-mail. O tendríamos una guerra de estándares, lo que es aún peor.

Tal como lo conocemos, fue el proyecto de un solo hombre (lo que nos lleva, de nuevo, muy cerca de Graham Bell, Marconi o Edison). Varios servicios de Internet han sido obras solitarias y, frecuentemente, fruto de las horas libres. La Web, de Tim Berners-Lee; el IRC, de Jarkko Oikarinen; incluso el paquete de protocolos TCP/IP, el motor de Internet, creado por Cerf y Kahn. Este dato también nos será útil en el uso cotidiano de esta maravillosa herramienta. Estamos habituados a pedirle a una computadora más de lo que puede hacer; con el correo electrónico esta exigencia se convierte en verdadera injusticia.

Cuando analicemos cómo funciona el e-mail tenga siempre presente su origen; esto es de gran ayuda para emplear de manera eficiente un servicio esencial.

Aplicaciones

Paradójicamente, uno de los mayores obstáculos con los que nos encontramos al utilizar el correo electrónico es la variedad de programas de e-mail que existen. Cada uno con su interfaz y su configuración, más o menos opciones, orientado a una conexión dedicada o telefónica o ambas, y así. Por lejos, entre los usuarios de PC con Windows, la aplicación de mensajería electrónica más utilizada es el Outlook Express (OE), que viene con Windows 98 o se baja gratuitamente de la Web de Microsoft ( http://www.microsoft.com ).

La mayoría de los ejemplos se apoyará, por lo tanto, en el OE, pero también visitaremos la configuración de otros programas que, o bien disfrutan de bastante popularidad, o bien poseen funciones especiales, como eliminar mensajes del servidor remoto antes de bajarlos a nuestra PC, ahorrando tiempo en línea y, por lo tanto, dinero. En rigor, cual-quier usuario de Windows puede ver el contenido de su casilla en un servidor remoto a través de una sesión Telnet, pero eso se reserva, y con justa razón, para los operadores más avanzados.

Por si está preguntándose qué es esto del servidor remoto, en la próxima entrega estudiaremos, precisamente, cuál es el circuito de un mensaje de e-mail.

Ariel Torres

 

 

NOTICIA ALENTADORA: LOS NIÑOS LEEN MÁS

NOTICIA ALENTADORA: LOS NIÑOS LEEN MÁS

EDUCACION : HABITOS DE LECTURA DE ALUMNOS DE ESCUELAS PORTEÑAS

De cada 10 chicos, ocho se interesan por la lectura más allá de la escuela


Surge de una encuesta en colegios primarios. La mayoría lee cuentos o novelas. Y el 84% fue alguna vez a una biblioteca.

                                       



Carlos Galván
cgalvan@clarin.com


Parece que habrá que desterrar para siempre ese prejuicio tan arraigado de que los chicos no leen. Una encuesta realizada entre alumnos de 9 a 12 años de escuelas porteñas reveló que 8 de cada 10 chicos de esas edades tienen incorporado el hábito de la lectura.

El sondeo se hizo para medir "la lectura no institucional", es decir aquella que se practica al margen de lo que la escuela requiere como contenido. Puntualmente se les preguntó a los chicos: "¿Leés otras cosas además de las que te dan en la escuela?" Contestó que "sí" el 81,5 por ciento de los pibes. Apenas el 18,5 respondió que "no".

El relevamiento también arrojó estos resultados:

  • El 80% contestó leer libros. El 59% dijo leer revistas, el 33% diarios y el 32% en la PC.

  • El 45,80% de los chicos aseguró leer entre una y tres veces por semana. El 18,10% dijo hacerlo todos los días.

  • El 84% de los consultados fue alguna vez a una biblioteca.

  • De los chicos que dijeron no leer, el 37,50% argumentó que no lo hacia porque prefería "hacer otras cosas". El 24,70% eligió la opción "no me gusta" y el 16,30% se inclinó por "me aburre".

    La encuesta fue una iniciativa de la Dirección del Libro y Promoción de la Lectura del Ministerio de Cultura porteño. Autoridades, editores de libros y especialistas en educación y literatura infantil dijeron a Clarín desconocer estudios previos similares.

    "La verdad es que me alegro de que sea tan alto el porcentaje de chicos que leen", dijo María de las Nieves Arias Incollá, subsecretaria de Patrimonio Cultural de la Ciudad. Y agregó: "La encuesta es un instrumento de gestión cultural que nos permitirá trazar políticas para que los chicos de esta franja etaria lean aún más y vayan a las bibliotecas de sus barrios".

    Para la encuesta fueron entrevistados 450 chicos de 15 escuelas públicas porteñas. Todos los chicos asisten a entre 4º y 7º grado.

    Susana Itzcovich, presidenta de la Asociación Argentina de Litera tura Infantil y Juvenil, se "asombró" con los resultados del estudio: "El resultado de la encuesta me resulta extraordinario. Por mí experiencia, el porcentaje de chicos que leen suele ser menor".

    En la Cámara Argentina del Libro también se mostraron "sorprendidos". Su vicepresidente, Gustavo Canevaro, dijo: "Por prejuicios me vería tentado a poner en duda las conclusiones del trabajo, independientemente de la rigurosidad con que se hizo". Canevaro, sin embargo, resaltó que los chicos de las edades en las que hizo foco el sondeo "son más propensos que otros a leer, probablemente porque están empezando a explorar la lectura".

    A Inés Dussel, coordinadora del área de educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), no le llamaron la atención las conclusiones. "La encuesta refleja lo que yo veo: que los chicos sí leen", sostuvo la experta.

    Según Dussel, hoy los chicos leen más que hace 20 años: "Esto obedece a que sus padres tienen una mayor escolaridad e incentivan a sus hijos a la lectura y a que, por otro lado, ahora los libros son más baratos y accesibles".

    Para Susana Itzcovich también otra razón explicaría por qué los chicos leen más. "El crecimiento editorial, la diversidad de autores y temáticas hace que ahora los chicos tengan más ofertas que hace unas décadas". Para estos chicos lectores hay oferta de sobra: este año se editarán en la Argentina unos 1.500 diferentes títulos de libros infantiles y juveniles.

  • LAS BIBLIOTECAS Y LA LECTURA ¿Estamos igual?




    DEBATE
    Hacemos poco para que los chicos lean



    Sólo la lectura garantiza que nuestros chicos aprendan a distinguir, razonar, soñar y crear


    Por AGUSTIN MAURIN. De la Redacción de Clarín
    El análisis de las evaluaciones educativas realizadas en estos últimos tiempos ofreció la posibilidad de reflexionar sobre aspectos sociales, políticos y educativos de los resultados obtenidos. En medio de tantos porcentajes y comparaciones se reveló un dato que a nadie pareció alarmar demasiado: siete de cada diez alumnos de sexto y séptimo grado no pudieron realizar correctamente un resumen, no supieron establecer con claridad las partes en que se divide un texto o definir el tema principal. Esta realidad, lejos de solucionarse con los años, se acentúa en el secundario y en la universidad toma ribetes dramáticos cuando se intenta que los alumnos realicen los más elementales procesos de análisis y síntesis. Esta capacidad de interpretar y elaborar conocimientos a partir de la comprensión de un texto no se identifica como un problema en sí mismo y suele ser reemplazado por el estudiante recurriendo a una memorizacion repetitiva. ¿Es éste un problema atribuible solamente a la ausencia de método en el proceso educativo o tiene sus raíces en otra realidad más esencial?MitosSegún las cifras aportadas por la Fundación Leer, en la Argentina un chico no llega a leer un libro por año, mientras que en los Estados Unidos el promedio es de 10,5 libros leídos en el mismo período. Nuestros chicos no leen. Y esta tendencia parece agravarse en los últimos años. La sobreoferta de otros medios, principalmente televisión y cine, junto con la computación y toda una gama de nuevos desarrollos tecnológicos, han creado una falsa atmósfera de progreso y de información a la cual los adultos nos entregamos mansamente y naturalmente heredan nuestros hijos. Hay una especie de mito que parece hacerse cada vez más fuerte: estos chicos nuestros que pueden programar la videograbadora, manejarse con ductilidad entre 65 señales de cable o dejarnos con la boca abierta por su habilidad con los videojuegos, contarán con las habilidades necesarias para enfrentar con éxito los avatares del siglo XXI. Y este es el gran riesgo que enfrenta nuestra sociedad, nuestro sistema educativo y nuestra responsabilidad de padres: creer que el libro ha dejado de ser el principal vehículo de transmision de la cultura. Nuestros chicos no leen; y este es el elemento fundacional sobre el cual debería articularse cualquier intento serio de trascender los contenidos curriculares para lograr que, además de gramática y aritmética, nuestros hijos aprendan a descubrir y a imaginar. El ejercicio de la lectura es lo único que garantiza la formación en el niño de la habilidad de distinguir y razonar y al mismo tiempo de soñar y crear.Se podría argumentar desde una perspectiva curricular que a los chicos se les enseña a leer y a interpretar textos, que en los programas está contemplada la interpretación e identificación de las ideas principales, etc.; pero lo cierto es que al poner todo en un mismo nivel y dedicarle el mismo tiempo a la acentuación de los diptongos que a ejercitar la comprensión lectora se comete un error conceptual que lamentablemente pone una vez más el carro delante del caballo. Nos preocupa que nuestros chicos tengan errores de ortografía, les cueste expresarse en forma oral y escrita, pero parece que nunca se tomaron ni se tomarán medidas estructurales serias para corregir la situación. ¿Deben ser sólo los padres quienes se ocupen de crear hábitos de lectura y pensamiento crítico? ¿Esta capacidad es innata y nada podrán hacer estos siete de cada diez para mejorar su entendimiento? La respuesta a ambas preguntas nos parece evidente, y sin embargo, pasan los gobiernos y las oposiciones y nadie acierta a definir con claridad cómo haremos para que nuestros chicos incrementen y mantengan la más importante y prioritaria de todas las necesidades: el hábito de la lectura. Seguir actuando como si el desarrollo de una nueva generación de chicos lectores dependiera de factores imprevisibles o fortuitos es de una irresponsabilidad y de un grado de ignorancia que debería preocuparnos profundamente. La pobreza de las bibliotecas escolares (cuando no su ausencia) es sólo la punta del iceberg. Hay además de este hecho estructural una larga situación de desvaloración del libro como soporte fundamental de la cultura. Nuestros chicos no leen, y lo que es peor: no hacemos nada para que adquieran el hábito. Lamentablemente para nuestras conciencias este no es un problema de algunos. Todos, en mayor o menor medida, somos responsables. Lo único que podemos argüir en nuestra defensa, para justificar nuestra inercia y falta de imaginación, es decir que nosotros tampoco hemos leído demasiado.